En los medios circulan todo tipo de versiones vinculadas a la pronta aparición de vacunas, nuevos fármacos o procedimientos, que pondrían fin al flagelo del Covid-19. El mundo espera ansioso la llegada de una vacuna. Si bien ya se están haciendo pruebas en humanos con algunas de ellas, en el hemisferio sur tendremos que esperar hasta el invierno de 2021, si todo va muy bien. La esperanza inmediata está depositada en los fármacos.
Por Jorge O. Errecalde
El mundo está alerta, la prensa muy activa, las autoridades firmes, la amenaza acecha. Esta columna trata de echar algo de luz sobre la pandemia con información actual que se modifica continuamente en una dinámica vertiginosa.
La aparición del SARS-CoV-2 ha producido una profunda conmoción, en la que están involucrados todos los actores sociales. Es en función de esa conmoción que se incrementa todo tipo de versiones vinculadas a la pronta aparición de vacunas, nuevos fármacos o procedimientos, que pondrían fin al flagelo. La fluidez e intensidad que las nuevas herramientas comunicacionales imprimen a muchas de esas versiones, les da un cierto cariz de verdad o, en realidad posverdad, en que su atractivo y sensacionalismo las validan.
El mundo espera ansioso la llegada de una vacuna. Ya se están haciendo pruebas en humanos con algunas de ellas. Habrá que esperar, en el hemisferio sur, hasta el invierno de 2021, si todo va muy bien. La esperanza inmediata está depositada en los fármacos. Pero para que un fármaco que demuestra eficacia “in vitro” llegue al uso clínico se necesitan muchos pasos incluyendo experimentación en seres vivos. Esos pasos incluyen la demostración de eficacia y seguridad en pacientes y requieren tiempo de estudio, diseño, ejecución de protocolos experimentales y obtención de conclusiones favorables. Cuando el producto es aprobado para su comercialización y utilización en seres humanos, aún no ha terminado su estudio. Se lo seguirá analizando y controlando a través de farmacovigilancia e incluso desarrollo de nuevas indicaciones. El reposicionamiento de viejos fármacos es una metodología interesante, ya que se trata de drogas que ya han sido probadas en su inocuidad y, por lo tanto, el desarrollo de nuevas indicaciones no sería tan oneroso ni requeriría tanto tiempo. En estos días, el reposicionamiento ha adquirido nuevo valor, dada la necesidad imperiosa de encontrar alternativas terapéuticas para tratar la COVID-19. La cloroquina y la hidroxicloroquina son claros ejemplos. Fármacos dirigidos al combate de la malaria o paludismo durante muchos años, utilizados también para tratar algunas enfermedades del colágeno (lupus eritematoso, artritis reumatoidea), recientemente se descubrió su actividad antiviral frente al virus del SIDA. Su actividad inmunomoduladora y bloqueadora de entrada del virus a la célula, los posicionó como alternativas para combatir al SARS-COV-2.
La hidroxicloroquina se suele combinar con azitromicina, un muy eficaz antimicrobiano utilizado, entre otras indicaciones, para tratar infecciones por gérmenes oportunistas en pacientes inmunodeprimidos. El remdesivir es un antiviral utilizado frente al ébola, que se está probando en varios centros en diversos países. La combinación ritonavir-lopinavir es una asociación que se ha usado en el tratamiento del SIDA y está en estudio. También se está estudiando esta última asociación combinada con interferón, una molécula capaz de bloquear la entrada de virus a las células. Claro que además de la cloroquina e hidroxicloroquina, otras viejas terapias están resurgiendo. La administración de suero de pacientes curados de la COVID-19 a enfermos, equivale a proveerlos de anticuerpos con los cuales combatir con éxito la enfermedad. La producción de sueros hiperinmunes en equinos también está en pleno desarrollo en algunos centros. La investigación funciona a toda velocidad, si bien es difícil coordinar protocolos para trabajar en diferentes países al mismo tiempo, eso da la ventaja de contar con muchos pacientes y de obtener resultados muy rápidamente.
Es claro que, en el marco de las urgencias que plantea la pandemia de COVID-19, las autoridades deben balancear la rigidez de las regulaciones que plantean exigencias que requieren estudios prolongados y complejos, con la imperiosa necesidad de introducir alternativas terapéuticas con posibilidades de combatir la noxa en el menor tiempo posible.
La COVID-19 es una nueva enfermedad viral, que se incorpora al grupo de virosis emergentes o reemergentes como influenza aviar, SARS, MERS, Ébola, Dengue, Zika, Chikungunya, SIDA, entre otras y se suma a cólera, difteria, tuberculosis, paludismo, Chagas, como enfermedades bacterianas reemergentes o, lamentablemente siempre presentes en el planeta y afectando a millones de seres humanos.
El tema de las enfermedades emergentes y reemergentes es complejo y está estrechamente vinculado a la globalización. El turismo y el comercio internacional, el crecimiento demográfico y la existencia de megalópolis, el cambio climático, que genera cambios epidemiológicos. También los cambios ambientales, que incluyen modificaciones en la flora microbiana, la incidencia del uso de agentes antisépticos o antimicrobianos que seleccionan microorganismos resistentes, una de las plagas de nuestra época. Las acciones de salud pública que, a veces, concentradas casi excluyentemente en una patología, como podría ocurrir ahora, corren el riesgo de descuidar otras igualmente graves. Problema polifacético, las enfermedades emergentes y reemergentes son un tema de Una Sola Salud, la salud del hombre, la de los animales, la del medio ambiente integradas en una sola.
Entre las cuestiones culturales que inciden en la difusión epidémica, desde nuestro punto de vista parece horroroso el consumo de animales de todo tipo, a veces vivos, que hemos conocido a través de documentos obtenidos en China. Sin embargo, nos parecen totalmente normales algunas prácticas profundamente arraigadas en nuestra sociedad y que deben ser cuidadosamente reevaluadas. El consumo del mate, práctica ancestral que deberá ser reconsiderada, es una de ellas. La “carneada”, práctica de campo que, en una gran cantidad de oportunidades se realiza lejos de las mejores condiciones de higiene y buenas prácticas. Pero no podemos dejar de considerar cuestiones elementales que hacen a la práctica sanitaria. El uso de guardapolvos debe ser reevaluado y ubicado en su verdadera dimensión. El guardapolvo o cualquier otro tipo de indumentaria que se porte cuando se entra en contacto con pacientes, es una barrera. Una barrera que protege a quien la porta y a quien la enfrenta. Esa barrera debe ser usada exclusivamente en el hospital o centro de salud y allí debe quedar, allí deberá ser lavada y esterilizada de ser necesario y no deberá ser utilizada para circular por la calle, para hacer trámites ni al llegar al domicilio.
Los instrumentos para el combate de la pandemia, como se ha dicho, son pocos. No hay vacunas ni fármacos de eficacia comprobada aún. Pero las herramientas están a mano. Si las personas se toman en serio mantener la distancia entre ellas, se lavan las manos correctamente y cuando corresponde y usan un barbijo adecuado siempre que salen a la calle, las posibilidades de contagio se reducen drásticamente. Si las personas mayores, de alto riesgo se quedan en la casa, estarán protegidas. Si una cuarentena bien administrada se plantea con razonabilidad y educando a la población, el concepto de “achatar la curva” tan remanido y ya por todos comprendido, puede servir para que todos los enfermos puedan ser atendidos en tiempo y forma. Claro que el virus tiene una ventaja difícil de revertir, son los pacientes asintomáticos. Contra ellos no podemos luchar, porque no los conocemos. Aquí adquiere toda la fuerza el primero de los consejos a seguir, que reiteramos: distanciamiento social, uso de barbijo adecuado y bien colocado y lavado de manos frecuente, oportuno y bien realizado.